Hay gente usando YouTube, Discord o Twitter para aprender en serio, desde música sintética a matemáticas. Los pasatiempos son la punta del iceberg, ¿pero cuántos profesionales somos mejores por mirar Internet?
Este fin de semana arreglé una persiana mirando en YouTube. Sé que no es una operación de envergadura, pero también reconozco que sin mirar esos vídeos no hubiese sabido.
Internet hace que aprender sea más fácil.
Es un mérito que no reconocemos. No es solo que tu móvil sepa dónde hay un parking libre o que la farmacia de la esquina está cerrada. Y no me refiero tampoco a resolver dudas triviales (que antes podían durar días), como averiguar quién dirigió la tercera película de Alien. Me refiero a aprender cosas en serio, desde música sintética a matemáticas. El plomero, tu psicóloga y la maestra de tus hijos miran cosas en Internet para hacer mejor su trabajo. Hacemos cursos para actualizarnos, o para explicarle las fracciones a nuestros nietos.
Para preparar esta columna pregunté en Twitter: “¿Qué has aprendido últimamente y cómo?”. Recibí una lista espectacular. Hay gente usando YouTube para hacer paellas, practicar yoga, mejorar su golf, criar abejas, hacer ganchillo, pintar cuadros y aprender neurociencia. Me escribió gente joven que mira tutoriales de albañilería; gente mayor que hace cursos de inteligencia artificial del MIT; y personas que usan foros de Reddit o Discord para compartir lo que saben sobre idiomas, invertir o reparar bicis antiguas.
Los pasatiempos son la punta del iceberg, pero debajo hay profesionales que somos mejores por aprender cada día. Pienso en la doctora que se imprime los estudios más recientes de la enfermedad rara de un nuevo paciente, o en el jardinero que al caer la noche lee sobre técnicas de poda.
Un ejemplo que conozco es mi trabajo. Esta semana escribí un texto sobre la variante ómicron que me hubiese resultado imposible sin la lista de 50 o 100 expertos que sigo en Twitter. Sin los estudios que comparten, sin sus ideas y sus advertencias, mi trabajo estos dos años habría sido mucho peor. No me da ningún pudor decirlo: esas fuentes me resultan esenciales.
Otro ejemplo es programar.
Aprendí programación en 1999, desde la universidad, que entonces era un lugar privilegiado, pero que ofrecía poco si lo comparas con lo que hoy tienes al alcance desde el pueblo más pequeño de España. Si en 2021 quieres aprender R, o cualquier otro lenguaje, puedes empezar con un tutorial interactivo, avanzar con manuales excelentes y elegir un curso que se va refinando con la experiencia de 100.000 alumnos. Pero la ventaja transformadora viene después: cada día aprenderás a programar mejor, haciendo búsquedas que solucionen los problemas que te irán surgiendo: “How to do something in R tidyverse”, “how to do tal”, “how to do cual”. Hay foros donde pedir ayuda, pero no suele hacer falta. Alguien tuvo la misma duda antes que tú, la preguntó y recibió 15 respuestas que están ahí esperándote. Encontrar esas soluciones no solo resuelve tu problema, además te ayudan a aprender. Cada día lees unas líneas de buen código, más fiables, modernas, inteligentes y claras que el 99% de las tuyas.
Creo que el auge del software en la última década solo es posible porque los programadores construyen así, reunidos en comunidades que comparten código y conversaciones.
Y esto conecta con otra tendencia del Internet que viene, según algunos: revalorizar las comunidades.
Las grandes plataformas se sostienen sobre la paradoja de ser superpotencias que no valdrían nada sin el contenido que traen sus usuarios. ¿De qué sirve Twitter sin tuits o Instagram sin fotos? De nada. Y si es así, ¿los creadores no merecen más?
Esto es lo que dicen los pioneros de la web3. Creen que vivimos en la era de las plataformas, pero que viene una descentralización, impulsada por las tecnologías cripto que están detrás del bitcoin y muchas otras innovaciones. Quieren que internet sea una comunidad de comunidades, con usuarios más libres y más poderosos. En cierto sentido, quieren un YouTube de los youtubers y un Spotify de los músicos. “[Las plataformas] no vais a tener una junta cerrada tomando las decisiones del negocio”, ha explicado Kevin Rose, emprendedor del Internet de los 2000 y ahora inversor en web3: “Tienes que abrir todo a la comunidad. Tienes que preguntarte: ¿Cómo puedo incentivar a mis usuarios para usar mi producto de manera que los empodere, para ayudarme a tener un mejor producto y más rápido?”.
No sé si la gente web3 tiene razón, ni si tendrán éxito, pero hay algo prometedor en ese Internet de los creadores, da igual si hacen canciones o dan consejos de bricolaje.
Fuente: El País